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Poetas astures


                                                             POETAS ASTURES






  Las mujeres de las poesías de Jovellanos están ocultas bajo nombres poéticos: Enarda, Clori, Marina, Belisa, Galatea, Alcmena. Jovellanos conservaría hondos recuerdos en su memoria de su particular historia de amor con Enarda, que era Gracia Olavide, la hermana del famoso intendente de Sevilla2, por la que el reformador Jovellanos se sintió intensamente atraído en su época sevillana.


Soneto IV   

Quiero que mi pasión ¡oh Enarda! sea,
menos de ti, de todos ignorada;
que ande en silencio y sombra sepultada,
y ningún necio mofador la vea.

Hazme dichoso, y más que nadie crea
que es de tu amor mi fe recompensada:
que no por ser de muchos envidiada
crece una dicha a superior idea.

Amor es un afecto misterioso
que nace entre secretas confianzas,
y muere al filo de mordaz censura;

y sólo aquel que logra, ni envidioso
ni envidiado, cumplir sus esperanzas,
es quien colma su gozo y su ventura

*

Sátira primera
(a Arnesto)

   Déjame, Arnesto, déjame que llore 
los fieros males de mi patria, deja 
que su ruïna y perdición lamente; 
y si no quieres que en el centro obscuro 
de esta prisión la pena me consuma, 
déjame al menos que levante el grito 
contra el desorden; deja que a la tinta 
mezclando hiel y acíbar, siga indócil 
mi pluma el vuelo del bufón de Aquino.

¡Oh cuánto rostro veo a mi censura 
de palidez y de rubor cubierto! 
Ánimo, amigos, nadie tema, nadie, 
su punzante aguijón, que yo persigo 
en mi sátira al vicio, no al vicioso. 
¿Y qué querrá decir que en algún verso, 
encrespada la bilis, tire un rasgo 
que el vulgo crea que señala a Alcinda, 
la que olvidando su orgullosa suerte, 
baja vestida al Prado, cual pudiera 
una maja, con trueno y rascamoño 
alta la ropa, erguida la caramba, 
cubierta de un cendal más transparente 
que su intención, a ojeadas y meneos 
la turba de los tontos concitando? 
¿Podrá sentir que un dedo malicioso, 
apuntando este verso, la señale? 
Ya la notoriedad es el más noble 
atributo del vicio, y nuestras Julias, 
más que ser malas, quieren parecerlo.

Hubo un tiempo en que andaba la modestia 
dorando los delitos; hubo un tiempo 
en que el recato tímido cubría 
la fealdad del vicio; pero huyóse 
el pudor a vivir en las cabañas. 
Con él huyeron los dichosos días, 
que ya no volverán; huyó aquel siglo 
en que aun las necias burlas de un marido 
las Bascuñanas crédulas tragaban; 
mas hoy Alcinda desayuna al suyo 
con ruedas de molino; triunfa, gasta, 
pasa saltando las eternas noches 
del crudo enero, y cuando el sol tardío 
rompe el oriente, admírala golpeando, 
cual si fuese una extraña, al propio quicio. 
Entra barriendo con la undosa falda 
la alfombra; aquí y allí cintas y plumas 
del enorme tocado siembra, y sigue 
con débil paso soñolienta y mustia, 
yendo aún Fabio de su mano asido, 
hasta la alcoba, donde a pierna suelta 
ronca el cornudo y sueña que es dichoso. 
Ni el sudor frío, ni el hedor, ni el rancio 
eructo le perturban. A su hora 
despierta el necio; silencioso deja 
la profanada holanda, y guarda atento 
a su asesina el sueño mal seguro.

¡Cuántas, oh Alcinda, a la coyunda uncidas 
tu suerte envidian! ¡Cuántas de Himeneo 
buscan el yugo por lograr tu suerte, 
y sin que invoquen la razón, ni pese 
su corazón los méritos del novio, 
el sí pronuncian y la mano alargan 
al primero que llega! ¡Qué de males 
esta maldita ceguedad no aborta! 
Veo apagadas las nupciales teas 
por la discordia con infame soplo 
al pie del mismo altar, y en el tumulto, 
brindis y vivas de la tornaboda, 
una indiscreta lágrima predice 
guerras y oprobrios a los mal unidos. 
Veo por mano temeraria roto 
el velo conyugal, y que corriendo 
con la impudente frente levantada, 
va el adulterio de una casa en otra. 
Zumba, festeja, ríe, y descarado 
canta sus triunfos, que tal vez celebra 
un necio esposo, y tal del hombre honrado 
hieren con dardo penetrante el pecho, 
su vida abrevian, y en la negra tumba 
su error, su afrenta y su despecho esconden.

¡Oh viles almas! ¡Oh virtud! ¡Oh leyes! 
¡Oh pundonor mortífero! ¿Qué causa 
te hizo fiar a guardas tan infieles 
tan preciado tesoro? ¿Quién, oh Temis, 
tu brazo sobornó? Le mueves cruda 
contra las tristes víctimas, que arrastra 
la desnudez o el desamparo al vicio; 
contra la débil huérfana, del hambre 
y del oro acosada, o al halago, 
la seducción y el tierno amor rendida; 
la expilas, la deshonras, la condenas 
a incierta y dura reclusión. ¡Y en tanto 
ves indolente en los dorados techos 
cobijado el desorden, o le sufres 
salir en triunfo por las anchas plazas, 
la virtud y el honor escarneciendo!

¡Oh infamia! ¡Oh siglo! ¡Oh corrupción! Matronas 
castellanas, ¿quién pudo vuestro claro 
pundonor eclipsar? ¿Quién de Lucrecias 
en Lais os volvió? ¿Ni el proceloso 
océano, ni lleno de peligros, 
el Lilibeo, ni las arduas cumbres 
de Pirene pudieron guareceros 
de contagio fatal? Zarpa, preñada 
de oro, la nao gaditana, aporta 
a las orillas gálicas, y vuelve 
llena de objetos fútiles y vanos; 
y entre los signos de extranjera pompa 
ponzoña esconde y corrupción, compradas 
con el sudor de las iberas frentes. 
Y tú, mísera España, tú la esperas 
sobre la playa, y con afán recoges 
la pestilente carga y la repartes 
alegre entre tus hijos. Viles plumas, 
gasas y cintas, flores y penachos, 
te trae en cambio de la sangre tuya, 
de tu sangre ¡oh baldón! y acaso, acaso 
de tu virtud y honestidad. Repara 
cuál la liviana juventud los busca.

Mira cuál va con ellos engreída 
la imprudente doncella; su cabeza, 
cual nave real en triunfo empavesada, 
vana presenta del favonio al soplo 
la mies de plumas y de agrones y anda 
loca, buscando en la lisonja el premio 
de su indiscreto afán. ¡Ay triste, guarte, 
guarte, que está cercano el precipicio! 
El astuto amador ya en asechanza 
te atisba y sigue con lascivos ojos; 
la educación y la caricia el lazo 
te van a armar, do caerás incauta, 
en él tu oprobrio y perdición hallando. 
¡Ay, cuánto, cuánto de amargura y lloro 
te costarán tus galas! ¡Cuán tardío 
será y estéril tu arrepentimiento!

Ya ni el rico Brasil, ni las cavernas 
del nunca exhausto Potosí nos bastan 
a saciar el hidrópico deseo, 
la ansiosa sed de vanidad y pompa. 
Todo lo agotan: cuesta un sombrerillo 
lo que antes un estado; y se consume 
en un festín la dote de una infanta. 
Todo lo tragan; la riqueza unida 
va a la indigencia; pide y pordiosea 
el noble, engaña, empeña, malbarata, 
quiebra y perece, y el logrero goza 
los pingües patrimonios, premio un día 
del generoso afán de altos abuelos. 
¡Oh ultraje! ¡Oh mengua! Todo se trafica: 
Parentesco, amistad, favor, influjo, 
y hasta el honor, depósito sagrado, 
o se vende o se compra. Y tú, Belleza, 
don el más grato que dio al hombre el cielo, 
no eres ya premio del valor, ni paga 
del peregrino ingenio; la florida 
juventud, la ternura, el rendimiento 
del constante amador ya no te alcanzan. 
Ya ni te das al corazón, ni sabes 
de él recibir adoración y ofrendas. 
Ríndeste al oro. La vejez hedionda, 
la sucia palidez, la faz adusta, 
fiera y terrible, con igual derecho 
vienen sin susto a negociar contigo. 
Daste al barato, y tu rosada frente, 
tus suaves besos y sus dulces brazos, 
corona un tiempo del amor más puro, 
son ya una vil y torpe mercancía.






De Jovino a Anfriso


 Credibile est illi numen ineste loco. (Ovidio)

Desde el oculto y venerable asilo,
do la virtud austera y penitente
vive ignorada, y del liviano mundo
huida, en santa soledad se esconde,
Jovino triste al venturoso Anfriso
salud en versos flebiles envia.
Salud le envia a Anfriso, al que inspirado
de las mantuanas Musas, tal vez suele
al grave son de su celeste canto
precipitar del viejo Manzanares
el curso perezoso, tal suave
suele ablandar con amorosa lira
la altiva condicion de sus zagalas.
¡Pluguiera a Dios, oh Anfriso, que el cuitado
a quien no dio la suerte tal ventura
pudiese huir del mundo y sus peligros!
¡Pluguiera a Dios, pues ya con su barquilla
logro arribar a puerto tan seguro,
que esconderla supiera en este abrigo,
a tanta luz y ejemplos ensenado!
Huyera asi la furia tempestuosa
de los contrarios vientos, los escollos
y las fieras borrascas, tantas veces
entre sustos y lagrimas corridas.
Asi tambien del mundanal tumulto
lejos, y en estos montes guarecido,
alguna vez gozara del reposo,
que hoy desterrado de su pecho vive. 
Mas, ¡ay de aquel que hasta en el santo asilo
de la virtud arrastra la cadena,
la pesada cadena con que el mundo
oprime a sus esclavos! ¡Ay del triste
en cuyo oido suena con espanto,
por esta oculta soledad rompiendo,
de su senor el imperioso grito! 
Busco en estas moradas silenciosas
el reposo y la paz que aqui se esconden,
y solo encuentro la inquietud funesta
que mis sentidos y razon conturba.
Busco paz y reposo, pero en vano
los busco, oh caro Anfriso, que estos dones,
herencia santa que al partir del mundo
dejo Bruno en sus hijos vinculada,
nunca en profano corazon entraron,
ni a los parciales del placer se dieron. 
Conozco bien que fuera de este asilo
solo me guarda el mundo sinrazones,
vanos deseos, duros desenganos,
susto y dolor empero todavia
a entrar en el no puedo resolverme.
No puedo resolverme, y despechado,
sigo el impulso del fatal destino,
que a muy mas dura esclavitud me guia.
Sigo su fiero impulso, y llevo siempre
por todas partes los pesados grillos,
que de la ansiada libertad me privan. 
De afan y angustia el pecho traspasado,
pido a la muda soledad consuelo
y con dolientes quejas la importuno.
Salgo al ameno valle, subo al monte,
sigo del claro rio las corrientes,
busco la fresca y deleitosa sombra,
corro por todas partes, y no encuentro
en parte alguna la quietud perdida.
¡Ay, Anfriso, que escenas a mis ojos,
cansados de llorar, presenta el cielo!
Rodeado de frondosos y altos montes
se extiende un valle, que de mil delicias
con sabia mano orno Naturaleza.
Partele en dos mitades, despenado
de las vecinas rocas, el Lozoya,
por su pesca famoso y dulces aguas.
Del claro rio sobre el verde margen
crecen frondosos alamos, que al cielo
ya erguidos alzan las plateadas copas
o ya sobre las aguas encorvados,
en mil figuras miran con asombro
su forma en los cristales retratada.
De la siniestra orilla un bosque ombrio
hasta la falda del vecino monte
se extiende, tan ameno y delicioso,
que le hubiera juzgado el gentilismo
morada de algun dios, o a los misterios
de las silvanas driadas guardado.
Aqui encamino mis inciertos pasos
y en su recinto ombrio y silencioso,
mansion la mas conforme para un triste,
entro a pensar en mi cruel destino.
La grata soledad, la dulce sombra,
el aire blando y el silencio mudo
mi desventura y mi dolor adulan. 
No alcanza aqui del padre de las luces
el rayo acechador, ni su reflejo
viene a cubrir de confusion el rostro
de un infeliz en su dolor sumido.
El canto de las aves no interrumpe
aqui tampoco la quietud de un triste,
pues solo de la viuda tortolilla
se oye tal vez el lastimero arrullo,
tal vez el melancolico trinado
de la angustiada y dulce Filomena.
Con blando impulso el cefiro suave,
las copas de los arboles moviendo,
recrea el alma con el manso ruido 
mientras al dulce soplo desprendidas
las agostadas hojas, revolando,
bajan en lentos circulos al suelo 
cubrenle en torno, y la frondosa pompa
que al arbol adornara en primavera,
yace marchita, y muestra los rigores
del abrasado estio y seco otono.
¡Asi tambien de juventud lozana
pasan, oh Anfriso, las livianas dichas!
Un soplo de inconstancia, de fastidio
o de capricho femenil las tala
y lleva por el aire, cual las hojas
de los frondosos arboles caidas.
Ciegos empero y tras su vana sombra
de contino exhalados, en pos de ellas
corremos hasta hallar el precipicio,
do nuestro error y su ilusion nos guian. 
Volamos en pos de ellas, como suele
volar a la dulzura del reclamo
incauto el pajarillo. Entre las hojas
el preparado visco le detiene 
lucha cautivo por huir y en vano
porque un traidor, que en asechanza atisba,
con mano infiel la libertad le roba
y a muerte le condena, o carcel dura. 
¡Ah, dichoso el mortal de cuyos ojos
un pronto desengano corrio el velo
de la ciega ilusion! ¡Una y mil veces
dichoso el solitario penitente,
que, triunfando del mundo y de si mismo,
vive en la soledad libre y contento!
Unido a Dios por medio de la santa
contemplacion, le goza ya en la tierra,
y retirado en su tranquilo albergue,
observa reflexivo los milagros
de la naturaleza, sin que nunca
turben el susto ni el dolor su pecho.
Regalanle las aves con su canto
mientras la aurora sale refulgente
a cubrir de alegria y luz el mundo.
Nacele siempre el sol claro y brillante,
y nunca a el levanta conturbados
sus ojos, ora en el oriente raye,
ora del cielo a la mitad subiendo
en pompa guie el reluciente carro,
ora con tibia luz, mas perezoso,
su faz esconda en los vecinos montes. 
Cuando en las claras noches cuidadoso
vuelve desde los santos ejercicios,
la plateada luna en lo mas alto
del cielo mueve la luciente rueda
con augusto silencio y recreando
con blando resplandor su humilde vista,
eleva su razon, y la dispone
a contemplar la alteza y la inefable
gloria del Padre y Criador del mundo.
Libre de los cuidados enojosos,
que en los palacios y dorados techos
nos turban de contino, y entregado
a la inefable y justa Providencia,
si al breve sueno alguna pausa pide
de sus santas tareas, obediente
viene a cerrar sus parpados el sueno
con mano amiga, y de su lado ahuyenta
el susto y las fantasmas de la noche. 
¡Oh suerte venturosa, a los amigos
de la virtud guardada! ¡Oh dicha, nunca
de los tristes mundanos conocida!
¡Oh monte impenetrable! ¡Oh bosque ombrio!
¡Oh valle deleitoso! ¡Oh solitaria
taciturna mansion! ¡Oh quien, del alto
y proceloso mar del mundo huyendo
a vuestra eterna calma, aqui seguro
vivir pudiera siempre, y escondido! 
Tales cosas revuelvo en mi memoria,
en esta triste soledad sumido.
Llega en tanto la noche y con su manto
cobija el ancho mundo. Vuelvo entonces
a los medrosos claustros. De una escasa
luz el distante y palido reflejo
guia por ellos mis inciertos pasos 
y en medio del horror y del silencio,
¡oh fuerza del ejemplo portentosa!,
mi corazon palpita, en mi cabeza
se erizan los cabellos, se estremecen
mis carnes y discurre por mis nervios
un subito rigor que los embarga. 
Parece que oigo que del centro oscuro
sale una voz tremenda, que rompiendo
el eterno silencio, asi me dice:
«Huye de aqui, profano, tu que llevas
de ideas mundanales lleno el pecho,
huye de esta morada, do se albergan
con la virtud humilde y silenciosa
sus escogidos huye y no profanes
con tu planta sacrilega este asilo. » 
De aviso tal al golpe confundido,
con paso vacilante voy cruzando
los pavorosos transitos, y llego
por fin a mi morada, donde ni hallo
el ansiado reposo, ni recobran
la suspirada calma mis sentidos.
Lleno de congojosos pensamientos
paso la triste y perezosa noche
en molesta vigilia, sin que llegue
a mis ojos el sueno, ni interrumpan
sus regalados balsamos mi pena.
Vuelve por fin con la risuena aurora
la luz aborrecida, y en pos de ella
el claro dia a publicar mi llanto
dar nueva materia al dolor mio.


 





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